Oceanos
Hace muchos años, hojeando la enciclopedia Larousse me encontré con este cuadro:
Se me quedó grabado a fuego en la memoria.
Siempre me han gustado las ilustraciones que cuentan una historia. O que la sugieren. Y "Pacific" me sugiere mucho.
Me sugiere alguien sentado ante la mesa meditando sobre el camino a seguir. Sólo le queda una salida, pero no le gusta. Se levanta y se acerca a la puerta para que la brisa marina le aclare las ideas, en un silencio sólo roto por el suave rugido de las olas.
Como Robert De Niro en El Último Magnate me pregunto ¿quién es? ¿Cómo ha llegado hasta ese lugar? ¿Qué destino le espera? Pero las únicas pistas son la mesa y la pistola.
Esa misma mezcla de violencia y calma, de energía en reposo a punto de ser liberada, es lo que siempre me ha sugerido el mar. En toda mi vida no he estado frenta a nada más salvaje y peligroso que una ola de tres metros a punto de romper justo encima tuyo.
El mar desatado es imparable. Antes de que te des cuenta puede arrastrarte a su abismo. Como algunas personas. El día que saqué estas fotos en La Tejita fue la primera vez que tuve miedo de meterme en el agua.
Pero al mismo tiempo no se de nada más relajante y calmado que sentarse frente al mar al atardecer.
O que dormir frente a una playa, literalmente acunado por el ruido de las olas.
Cuando viajo a Madrid siempre paso por el jardín del Templo de Debod, desde donde se puede ver el horizonte. Es una sensación muy extraña ver edificios y montañas extendiendose hasta el infinito. Casi me produce claustrofobia. Me costaría vivir en un sitio que no estuviera junto al mar.
Y alguno estará pensando que qué suerte vivir en Tenerife. Y aunque vivir aquí no es lo mismo que pasar aquí unas vacaciones
si, es verdad, respecto a este tema, qué suerte.
Y ésto es sólo la superficie. Otro día hablaré de las profundidades.
Se me quedó grabado a fuego en la memoria.
Siempre me han gustado las ilustraciones que cuentan una historia. O que la sugieren. Y "Pacific" me sugiere mucho.
Me sugiere alguien sentado ante la mesa meditando sobre el camino a seguir. Sólo le queda una salida, pero no le gusta. Se levanta y se acerca a la puerta para que la brisa marina le aclare las ideas, en un silencio sólo roto por el suave rugido de las olas.
Como Robert De Niro en El Último Magnate me pregunto ¿quién es? ¿Cómo ha llegado hasta ese lugar? ¿Qué destino le espera? Pero las únicas pistas son la mesa y la pistola.
Esa misma mezcla de violencia y calma, de energía en reposo a punto de ser liberada, es lo que siempre me ha sugerido el mar. En toda mi vida no he estado frenta a nada más salvaje y peligroso que una ola de tres metros a punto de romper justo encima tuyo.
El mar desatado es imparable. Antes de que te des cuenta puede arrastrarte a su abismo. Como algunas personas. El día que saqué estas fotos en La Tejita fue la primera vez que tuve miedo de meterme en el agua.
Pero al mismo tiempo no se de nada más relajante y calmado que sentarse frente al mar al atardecer.
O que dormir frente a una playa, literalmente acunado por el ruido de las olas.
Cuando viajo a Madrid siempre paso por el jardín del Templo de Debod, desde donde se puede ver el horizonte. Es una sensación muy extraña ver edificios y montañas extendiendose hasta el infinito. Casi me produce claustrofobia. Me costaría vivir en un sitio que no estuviera junto al mar.
Y alguno estará pensando que qué suerte vivir en Tenerife. Y aunque vivir aquí no es lo mismo que pasar aquí unas vacaciones
si, es verdad, respecto a este tema, qué suerte.
Y ésto es sólo la superficie. Otro día hablaré de las profundidades.
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